Un poco de catequesis sobre el Espíritu Santo

jueves, 13 de mayo de 2010


En la tarde de Pascua, Jesús resucitado dice a los Apóstoles reunidos en el Cenáculo: «Reciban el Espíritu Santo» (Jn 29,22) y, tras haberles prometido una nueva efusión, les confía la salvación de los hermanos, enviándolos por los caminos del mundo: «Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,19-20).

Proponte conocer más al Espíritu Santo y relacionarte con Él, de las siguientes maneras:
1. Siempre que leas o escuches la Palabra de Dios, pon atención para descubrir la presencia y acción del Espíritu Santo en las acciones salvíficas de Dios.
2. En todos los momentos de oración personal o comunitaria (Misa, sacramentos…) ten presente al Espíritu Santo, para conocerlo y dejarlo actuar en ti y en la comunidad.
3. Invoca al Espíritu todos los días y en los momentos más importantes de tu vida.

La acción del Espíritu Santo en la Iglesia y en cada creyente.

Reflexiona y comparte con otros qué significa para ti decir: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, o decir Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Y pregúntate si lo haces tomando conciencia de su significado.

El Espíritu actúa en dos ámbitos, como recordaba el Siervo de Dios Pablo VI:
«El primer campo es el de cada una de las almas... nuestro yo: en esa profunda celda de la propia existencia, misteriosa incluso para nosotros mismos, entra el soplo del Espíritu Santo. Se difunde en el alma con el primer y gran carisma que llamamos gracia, que es como una nueva vida, y rápidamente la habilita para realizar actos que superan su actividad natural
»El segundo campo «en que se difunde la virtud de Pentecostés» es «el cuerpo visible de la Iglesia... (Carta del Santo Padre Juan Pablo II a los sacerdotes para el jueves santo de 1998).

¿Cuáles son los dos ámbitos en que actúa el Espíritu Santo?
¿Has experimentado la presencia y acción del Espíritu Santo en tu vida? ¿Recuerdas algunos momentos concretos?
¿Recuerdas la presencia del Espíritu Santo en la vida de Jesús?

Reflexiona lo que te dice el siguiente párrafo:
Sin el Espíritu, Dios está lejos, Cristo queda en el pasado, el evangelio es letra muerta, la Iglesia una simple organización, la autoridad es dominio, la misión es propaganda… En cambio en el Espíritu el cosmos se levanta y gime con dolores para dar a luz el Reino, Cristo resucitado está presente, el Evangelio es fuerza de vida, la Iglesia significa comunión trinitaria, la autoridad es servicio liberador, la misión es Pentecostés. (Ignacio IV Hazim, Patriarca de la Iglesia griega ortodoxa de Antioquia).

El Espíritu Santo, como Fuerza divina, tiene la misión de llevar el evangelio a todas partes, haciendo conocer quién es Jesús, el cual había dicho a sus discípulos: “El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que Yo les he dicho” (Jn 14,26).
En cuanto a nosotros, cuando el Espíritu Santo nos es dado en el sacramento del bautismo, nos comunica vida divina, haciéndonos hijos de Dios; nos transforma en miembros de Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para darnos vida divina (Rm 4,25); y nos congrega en Iglesia, como Pueblo de Dios. Después recibimos nuevamente el Espíritu Santo en la confirmación y en cada celebración eucarística, en que comulgamos el cuerpo y la sangre de Jesús.

A lo largo de nuestra vida, el Espíritu Santo -si le somos fieles- nos guía, nos ilumina, nos conduce, nos enseña, nos conforta, nos consuela, nos hace testigos seguros y audaces de Jesús, nuestro Señor; nos asiste en las tribulaciones y finalmente resucitará nuestros cuerpos mortales, como escribe el Apóstol Pablo: “Si el Espíritu de Dios, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en ustedes; Aquel, que resucitó a Cristo de entre los muertos, dará también la vida a sus cuerpos mortales, por el Espíritu que habita en ustedes” (Rm 8,11).

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